Hoy día, el temor es una de las emociones dominantes en la sociedad actual, especialmente en nuestra juventud. Con los avances de las facilidades de accesos a los diferentes métodos y tecnologías comunicacionales, la información acerca de diferentes crisis sociales y económicas ocurriendo alrededor del mundo son fácilmente difundidas, originando temor ante las posibilidades de un futuro de incertidumbres.
Para la juventud el temor se ha convertido en un instrumento y hasta un arma social usado por jóvenes usualmente afectados por inseguridades personales que buscan su afirmación y dominio sobre otros acosando, maltratando y humillando a otros jóvenes tanto a nivel personal como través de las redes sociales, logrando trasmitir y diseminar el mismo temor que los motiva, a otros
En América Latina, en donde los adolescentes y jóvenes entre los 10 y los 24 años de edad constituyen una proporción significativa de la población, el acoso o “bullying” se considera un fenómeno con gran impacto a nivel de las escuelas y que ha originado diferentes tipo de estudios sociales buscando las soluciones.
La solución, tanto al temor que motiva como al temor que resulta del acoso social, o de cualquier temor que nos pueda afectar, radica en la afirmación de nuestra identidad personal nutrida por el amor en palabras y acciones de nuestros prójimo; familiares y amigos, pero sobre todo por la creación y la afirmación de la identidad que Dios nos dio y que debemos afirmarla para protegernos y defendernos cuando sea amenazada.
El rey David, un líder sabio, fuerte, militar hábil, músico y escritor, cuando fue amenazado por el temor escribió lo que se recordaba a sí mismo: “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién podría yo temer?. El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿quién podría infundirme miedo?. Mis malvados enemigos me ponen en aprietos; se juntan y hacen planes de acabar conmigo, pero son ellos los que tropiezan y caen”. Salmo 27:1-2.
Nuestros enemigos no son solo personas. Muchas veces nuestros enemigos son nuestras emociones, el temor por nuestras inseguridades. Tememos al qué dirán, a la muerte, a la enfermedad, a enfrentar situaciones difíciles; al maestro, al jefe, o a personas que nos amenazan. El temor nos paraliza y nos mantiene en angustia, y hasta nos puede hacer reaccionar erróneamente. Proverbios 29:25 nos dice que» El miedo a los hombres es una trampa, pero el que confía en el Señor es exaltado». Otras veces nos debilitamos o nos desesperamos porque nos vienen varios problemas al mismo tiempo y nos abate el temor. Como lo hacía el rey David, en situaciones similares, recordemos que «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré porque tu estarás conmigo, tu vara y tu cayado me infundirán aliento». Salmo 23:4.
Es que el temor es una expresión de falta de seguridad bien en nosotros mismos o en la provisión o el respaldo de Dios para nuestro presente o nuestro futuro. “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor lleva en sí castigo. Por lo tanto, el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” nos recuerda 1Juan 4. Ese amor perfecto es el amor de Dios, como se lo afirmaba el apóstol Pablo a su joven discípulo Timoteo: “Porque no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”. 2Timoteo 1:7. Cuando hay incredulidad, falta de fe o una comunicación personal con el Señor débil, nos hacemos más susceptibles a que nos asalten los temores. Si ese es el caso, entonces acerquémonos más a Dios, pidámosle fe y él nos las dará y estará con nosotros siempre.
Independientemente de cuantos sean tus enemigos o cuán grande sientas que son tus problemas, te digo “Pon tu camino en las manos del Señor; confía en él, y él se encargará de todo”. Salmo 37:5. Confía en Dios, entrégale todas tus cargas, porque él tiene cuidado de ti.
«No tengas miedo, que yo estoy contigo; no te desanimes, que yo soy tu Dios.
Yo soy quien te da fuerzas, y siempre te ayudaré;
siempre te sostendré con mi justiciera mano derecha».
Isaías 41:10
Por: Milagros Maldonado de Rivas