“//Heme aquí, yo iré Señor// Envíame a mí, que dispuesto estoy. Llevaré tu gloria, a las naciones”. Este es el coro de una canción escrita por Marcos Witt y que cantamos con sinceridad y fervor, manifestándole a Dios, nuestro Señor, nuestra disposición a ir a dónde Él nos envíe a llevar su mensaje de salvación y vida eterna. Lo que no sabemos, es que para ir a cualquiera que sea el lugar donde Dios nos envíe, debemos estar preparados en áreas de nuestra manera cotidiana de vivir, a las cuales no les prestamos atención, pues, forman parte de nuestra vida y ambiente rutinario.
Cuando Dios responde nuestra petición, y nos envía a una cultura diferente a la nuestra, usualmente, al principio, todo nos parece lindo, pero luego de un tiempo nos damos cuenta, que todo no es tan lindo como nos pareció en un principio. En ocasiones, pueden surgir situaciones que nos parecen raras, y que nos hacen sentir incómodos, que si no las llegamos a entender, y no las superamos, terminamos regresando frustrados al lugar de nuestra partida sin haber cumplido, satisfactoriamente, con nuestra misión. Esto es lo que conocemos como “choque cultural”.
Digamos que lo superamos, y vivimos algunos años en el país o cultura donde el Señor nos ha enviado, y luego nos toca regresar a nuestro país de origen. Entonces, nos damos cuenta, de que todo ha cambiado, que nos encontramos gente nueva en nuestro círculo social y en la iglesia de la que formábamos parte, y que ya no nos conocen. Encontramos que nuestro país también ha cambiado y que nos toca re-adaptarnos a nuestra cultura de origen. ¿Quién iba a pensar que habría que re-adaptarse a su propio país?, ¿qué me está ocurriendo? Nos podemos llegar a preguntar.
A la verdad, éste es uno de los retos que implica el cumplir la llamada Gran Comisión, el cometido que el Señor Jesucristo nuestro Salvador nos asignó, de llevar las buenas noticias del Evangelio y hacer discípulos en las naciones de la Tierra. Cuando uno llega a experimentar en carne propia la realidad del choque cultural, puede sentirse que uno está en “su país”; sin embargo, no en su cultura, de acuerdo al dicho popular: se siente uno “como pez fuera del agua”. No obstante, experiencias de éste tipo, pueden ayudarnos a comprender con mayor profundidad el mandato de la Gran Comisión.
Ahora veamos, ¿qué es cultura? El término cultura, se usa a menudo, para referirnos acerca de una buena educación. Si alguien entiende la música clásica y las pinturas del Renacimiento, se dice que ésa persona “tiene cultura”. Sin embargo, yo me quiero referir a cultura como el término que define un sistema que refleja la manera cómo diferentes grupos humanos o gente ve la vida; sus costumbres, comportamientos, cómo hablan, como comen y lo que comen, lo que celebran; todo lo cual determina lo que llamamos cultura.
En general, podríamos deducir que cada cultura es única, y es determinada por el sistema de creencias y valores que determinan el comportamiento de su gente. Aunque todos los seres humanos tenemos la necesidad de protegernos de las inclemencias del clima, cada cultura lo hace de forma diferente. Aunque todos necesitamos comer, cada cultura tiene sus propios estilos de comer y de alimentarse con diferentes recetas y formas de preparación.
Para ayudarnos a entender el concepto y las formas de cómo abordar las diferentes culturas, tenemos el modelo cultural diseñado por el profesor Lloyd Kwast, el cual nos sirve de punto de partida para ayudarnos a entender las diferentes culturas. La idea es que para poder compartir las buenas nuevas del Evangelio a otras culturas diferentes a la nuestra, debemos, primeramente, entender la cultura con la cual estaremos compartiendo. El modelo nos muestra como lo que vemos a primera vista es la conducta de la gente. Luego podemos ir adentrando a conocer los valores y, más adelante, nos daríamos cuenta de sus creencias y, finalmente, podríamos conocer lo que es el centro de la cultura, el cómo determinada cultura ve y se ve con respecto al resto del mundo. Una vez que comprendemos la cultura, es entonces, cuando estaríamos preparados para compartir el Evangelio efectivamente, puesto que podríamos comunicarnos en respeto y amor, entendiendo sus conceptos y creencias acerca de Dios y del mundo que los rodea.
Así que mi hermano, si queremos cumplir con la Gran Comisión, dar a conocer como “de tal manera amó Cristo al mundo, que dio su vida para que todo aquel que en él crea, tenga vida eterna” (Juan 3:16), necesitamos informarnos y familiarizarnos con la cultura de la gente a quienes le llevaremos el mensaje.
“Por tanto, vayan, y hagan discípulos en todas las naciones,bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”
Mateo 28:19
Por: Gilberto Pizarro