Durante mis 30 años vividos, mi vida había sido marcada por el rencor y el odio hacia mi madre, quien me abandonó cuando tenía apenas 5 meses de nacida, al igual que a mis 3 hermanos mayores. Para mí, el crecer sin conocer y tener cerca a mi madre, fue una experiencia de vida muy difícil, triste y dolorosa.
Sin embargo, al cumplir mis 29 años, Dios, por Su Gracia, me reveló Su precioso amor. Dios se manifestó a mí personalmente, y me mostró Su aprecio, Su estima por mí y Su gran amor hacia mí; me hizo sentir valorada y me dio a entender, el por qué, y para qué había nacido. Entonces decidí entregarle mi vida a Él, incluyendo el dolor que todavía sentía por no tener a mi madre.
Una noche, Jesucristo habló a mi vida a través de un sueño, y escuché una voz que me dijo: “Ya es hora que te pongas las vestiduras blancas”. Yo no podía creer lo que me estaba pidiendo, por lo que decidí orar y ayunar, para que en mi quietud y disposición, Él me enseñara a perdonar a mi madre.
Durante esa misma semana, conversando con mi esposo acerca de lo sucedido, él me dijo: “Karina, debes buscar a tu madre, Dios quiere que la perdones para que puedas colocarte esas vestiduras blancas”. Mi esposo tenía razón, pero yo no sabía dónde podría encontrar a mi madre, pues no la conocía y no sabía de ella.
Jamás pensé en buscar a mi mamá, pero, solo Jesús puede hacer posible lo imposible, así que dejé todo en manos de Dios y le dije en oración: “Señor, si es tu voluntad que yo perdone a mi madre y que la llegue a conocer, por favor, ponla en mi camino”. Cuatro días después, cuando estaba almorzando en mi casa, sonó el teléfono y al contestar, alguien me dijo: -“Karina”, yo respondí -“sí, soy yo, ¿quién habla?” y entonces respondió: -“soy tu mamá, Elena”.
Yo no podía creer que estaba escuchando a mi mamá, mi corazón latía muy rápido y le dije: “¿Cómo estás?, te estaba buscando, quería decirte que he conocido el amor de Dios, necesito que hablemos, quiero que seamos lo que nunca habíamos sido, madre e hija”; ella me preguntó si estaba bien que viniera a mi casa, y le respondí que sí, que lo hiciera.
Dos días después, mi madre llegó a Maracaibo, la ciudad donde nací y vivo, yo me sentía muy tranquila y en paz por su llegada, porque Cristo había sanado mi corazón de tanto odio, ¡había perdonado a mi madre!. Compartimos todo un fin de semana, hablamos de todo un poco, visitó la iglesia donde asisto y allí le di gracias a Dios porque su propósito se había cumplido.
No solo conocí a mi madre biológica, sino que pude también experimentar la paz, la serenidad del perdón en mi ser y tener la oportunidad de expresarle a mi madre el amor que solo Cristo nos puede dar por Su Gracia.
Amigo lector, por mi experiencia vivida, puedo decirte que: si sientes rencor por alguien y ves que te has alejado de esa persona, te invito a que le entregues tus cargas a Jesucristo, y le busques en oración. Él está siempre atento a escucharte y dispuesto a sanar cada una de tus heridas”.
“Líbrense de toda amargura, furia, enojo, palabras ásperas, calumnias y toda clase de mala conducta. Por el contrario, sean amables unos con otros, sean de buen corazón, y perdónense unos a otros, tal como Dios los ha perdonado a ustedes por medio de Cristo” Efesios 4:31-32
Por: Karina Reyes