En el principio, Dios creó a Adán y a Eva, lo hizo después de haber ordenado la tierra y haber creado las plantas y los animales. Dios creó a Adán y a Eva, les dio vida, les bendijo, les manifestó el propósito para el cual fueron creados y los comisionó como administradores de los productos de la tierra.
En la Biblia, el libro de Génesis nos lo relata, “Y los bendijo Dios con estas palabras: ¡Reprodúzcanse, multiplíquense, y llenen la tierra! ¡Domínenla! ¡Sean los señores de los peces del mar, de las aves de los cielos, y de todos los seres que reptan sobre la tierra!” (Génesis 1:28 RVC). Dios sembró al hombre como una semilla en la tierra, con el propósito de que germinara la esencia pura del amor y de las bendiciones que Él había impartido en ellos. Él les dijo: ¡sean fructíferos!, en otras palabras, produzcan fruto; los frutos tienen semilla y en la semilla hay vida, así es como la reproducción viva y poderosa, se mantiene en continuidad.
Como padres, Dios nos dio hijos y nietos a quienes debemos ver como nuestro fruto; dentro de cada persona hay una semilla llena de vida. Nosotros como padres, tenemos la opción de escoger lo que sembramos en nuestros hijos, bien sembramos semillas de amor, de perdón y de propósito, mientras les cuidamos y les formamos; o sembramos semillas de rechazo, de incertidumbre o de abandono.
Dios es amor, y si le pedimos, Él nos da el amor, la sabiduría y el entendimiento, para invertirlos con esfuerzo y devoción en levantar una generación que ame, tema y adore a Dios en Espíritu y en verdad y que cumpla el propósito de su existencia, amando también al prójimo como a sí mismo.
Todas las generaciones celebrarán tus obras, y darán a conocer tus grandes proezas.
Reconocerán el poder de tus sublimes obras, y yo daré a conocer tu grandeza
Salmo 145:4,6
Por: Lladiris Badillo