Cada mañana despertamos confiando en que tendremos un buen día y que todo saldrá bien, y, según nuestras posturas de fe, confiamos en Dios o en nuestra propia sabiduría; en cómo vivir la vida, mientras tomamos decisiones para enfrentar lo que sobrevenga.
Cualquiera que sea nuestra actitud ante la vida, inevitablemente, en nuestro recorrer, se presentaran situaciones en las que el depositar nuestra credibilidad y nuestra confianza en Dios Todopoderoso y Creador es la opción con esperanza.
En mi experiencia observo, que el tamaño de la prueba mide cuanto confiamos en Dios, de acuerdo a nuestra disposición a someter nuestra voluntad a Él, en la plena confianza para depender de Él, cualquiera que sea la situación que enfrentamos.
Una de mis tantas “pruebas de confianza” en Dios la experimenté durante uno de mis recorridos de cada día al caer la tarde, de regreso a mi casa. Manejaba, tranquila en una carretera poco trascurrida, que había tomado como atajo para evitar tráfico y poder llegar más rápido a mi casa. De repente, una de las ruedas de mi carro se atascó y comenzó a sonar fuerte. Inmediatamente sentí temor pues estaba sola y había comenzado a oscurecer; mire hacia los lados y la carretera estaba solitaria y en la lejanía solo veía casas cerradas.
Con mis manos apoyadas en el volante, me preguntaba: ¿y ahora qué hago?; mi corazón comenzó a latir fuertemente al ver que caía la noche. Miré al cielo y le dije a Dios: ¿Señor, dónde voy a conseguir un taller abierto a esta hora, hoy sábado? De pronto vi a lo lejos que venía un señor caminando; cuando estuvo cerca, le llamé y le pedí ayuda; él me dijo: “yo no sé nada de mecánica, pero a cuatro cuadras hay un taller mecánico y sé que está abierto”, me dijo, anda, y te ayudarán, ellos trabajan de noche.
Creyéndole al desconocido, camine hasta llegar al lugar que me había señalado y, efectivamente, había un taller mecánico abierto; entonces sonreí y mire al cielo agradecida a Dios. Al llegar, le conté al dueño del taller, el señor Felipe Márquez, lo que había pasado con mi carro y me dijo: “no se preocupe, le vamos ayudar’. De inmediato pediré una grúa y traeremos su carro al taller.
Espera, ese no fue el final feliz; después de múltiples esfuerzos, la grúa que vino al auxilio no funciono debido a la ruptura de la punta del trípode de mi carro, sin embargo eso no detuvo la determinación del señor Felipe de ayudarme. El mismo ingenió la manera de cómo aplicar las herramientas y usando otro carro, llevó mi carro empujado a su taller, Y luego me llevó a una línea de taxis para que pudiera regresar a mi casa y al siguiente día, el domingo, me reparó mi carro.
El señor Felipe Márquez, fue el buen samaritano para mí, quien movido por mi necesidad, no escatimó esfuerzos para ayudarme y, sin saberlo, fue la respuesta de Dios para salir victoriosa en mi prueba de fe. Luego de haberse resuelto totalmente mi situación, regresé de nuevo al taller para agradecerle personalmente su bondad, le deje varios ejemplares de la versión impresa del El Mensajero sin Fronteras y le prometí que escribiría acerca de la experiencia vivida, como testimonio de mi gratitud por su tan necesitada y recibida ayuda.
De nuevo pude ver que si depositamos nuestra confianza en Dios, él como nuestro Padre amoroso, tierno y compasivo que es, nos sostiene y nos brinda la salida en el tiempo perfecto. En el lapso de la prueba, clamé a Dios y el me oyó y me libro de angustias, me dio calma, esperé en silencio y no me alteré.
“Busqué al Señor, y él me escuchó, y me libró de todos mis temores.
¡Prueben ustedes mismos la bondad del Señor! ¡Dichoso aquél que en él confía!.”
Salmo 34:4,8
Por: Lladiris Badillo