A través de la historia de la humanidad, hemos podido apreciar como el hombre, en su deseo de imponer sus ideas y métodos dentro de una determinada cultura, ha tenido que lidiar con numerosos males, conflictos personales y controversias que, en muchas ocasiones, han derivado en la violencia.
De la Biblia, podemos aprender que cuando Dios creó al hombre, lo hizo a Su imagen y semejanza; es decir, Dios dio vida a un ser pensante, creativo, y con voluntad propia, con la capacidad de adquirir un alto grado de conocimiento, y de cumplir con el plan de Dios, para ser administrador de la creación terrenal, en armonía y paz, con la facultad de poder comunicarse personalmente y de tener comunión con Él; “Entonces dijo Dios: ¡Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza! ¡Que domine en toda la tierra sobre los peces del mar, sobre las aves de los cielos y las bestias, y sobre todo animal que repta sobre la tierra!” (Génesis1:26. RVC).
Asimismo, la Biblia nos dice, que Dios se alegró de su creación. Como un buen padre, Dios, Padre de una gran familia, expresó Su amor, porque Él es amor (1 Juan. 4:16). Dios ubicó a Adán en el Huerto de Edén y le dotó de todo cuanto pudiese necesitar, le dio una compañera idónea para que no estuviese solo. Además, le dio también instrucciones para cumplir, las cuales, sin embargo, el hombre no las acató; lo cual le llevó a la bancarrota, invalidando el pacto con Dios al desobedecerle y apartarse de los principios que le había establecido y es lo que se conoce como pecado.
Al pecar Adán, el pecado se extendió a toda la humanidad quedando privada de los privilegios primeramente proporcionados por Dios y, sobre todo, apartada del privilegio de poder tener una relación y una comunión personal con El.
A partir de ese momento, todo ser humano nace con un “vacío” en su corazón y que, únicamente, puede ser ocupado por Dios, porque es el “espacio” para la reconciliación del hombre con Dios, y si Él no lo ocupa, el hombre vivirá con sed de paz, en padecimiento e insatisfacción espiritual. Pero Dios, es amor y nos ha dado una nueva oportunidad a través de Jesucristo.
Dios mismo se hizo hombre y habitó entre nosotros, vino a vivir como hombre perfecto y a morir en la cruz sufriendo el pecado y la enfermedad de toda la humanidad; entregándose como sacrificio para redimir o pagar por completo por nuestro pecado, mas luego Dios encarnado, Emmanuel, Jesucristo resucitó en victoria al tercer día y, hoy, está con brazos abiertos desde Su trono, esperando la decisión de cada ser humano de aceptar Su amor, Su perdón y Su liderazgo o señorío en nuestras vidas.
Dios Padre quiere salvarnos de la eterna separación de Él y librarnos de las tristes consecuencias de nuestros pecados. Su Palabra nos dice “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos,
serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” Romanos 10:9-10.
Querido lector, si aún no ha tenido la preciosa experiencia de recibir a Jesucristo en su vida, este es el momento, puede comenzar pidiéndole perdón por sus pecados e invitándole a llenar ese espacio vacío en su corazón; le garantizo que vivirá la experiencia inolvidable e irreproducible de estar en paz con Dios.
Si desea aceptar a Jesucristo como su único Salvador, haga la siguiente oración: Señor Jesucristo, perdóname por mis pecados. Yo sé que te necesito a ti, te reconozco como Dios, como mi Salvador y Señor de mi vida. Limpia mi vida y mi mente y escribe mi nombre en el Libro de la Vida y con tu ayuda te serviré hasta el día que me llames a tu presencia.”
Por: Olga Griffith Urdaneta