«Porque hicieron rebelar a su espíritu y habló precipitadamente con sus labios» Salmo 106:33. Aquí el salmista nos habla de cuando el pueblo de Israel con su actitud de queja, le pedían agua a Moisés, quien irritado por las quejas, les respondió con soberbia. Esa reacción de Moisés no le agradó a Dios y le previno de entrar a la Tierra Prometida después de haber peregrinado y liderado al pueblo de Israel por 40 años para llegar a ella.
En el curso de nuestra vida pueden presentarse ocasiones en que nos sentimos ofendidos por alguna acción o palabra que otra persona dirige en contra de nosotros o nuestra familia, nos exaltamos y en actitud de defensa respondemos de manera airada. Pensemos cuantas veces dejamos que la actitud de algunas personas o situaciones que atravesamos nos saquen de control y reaccionamos airadamente; hablamos demás, ofendemos, amenazamos, maldecimos o simplemente decimos cosas inconvenientes, no solamente afectando nuestra persona y nuestra relación con los demás, sino con Dios.
Cuando analizamos la ira (Latín Ira), rabia, enojo o furia, vemos que este término define la emoción que se expresa como resentimiento o irritabilidad o, como un sentimiento de indignación que causa enojo y que pudiera agregar el apetito o el deseo de venganza. La ira puede surgir como parte de la respuesta cerebral en animales y humanos a un ataque o una amenaza o daño percibidos, o como un patrón de comportamiento para advertir a los percibidos como agresores, que paren su comportamiento amenazante.
La ira se puede volver un sentimiento predominante en el comportamiento, cuando la persona toma la decisión consciente de tomar acción. Las manifestaciones de ira pueden ser usadas como una estrategia de manipulación mental para influir socialmente, sin embargo, la ira incontrolada puede afectar negativamente la calidad de vida personal y social puesto que una persona irritable puede perder la capacidad de autocontrol y de apreciación objetiva de situaciones externas.
Las expresiones externas de la ira tanto en humanos como en animales se pueden ver en la expresión facial y corporal, el lenguaje, respuestas fisiológicas y en actos de agresión. Los efectos físicos de la ira van desde el aumento de los niveles de adrenalina y noradrenalina, del ritmo cardíaco, de la presión sanguínea y otras enfermedades cardiovasculares que son una de las principales causas de mortalidad en la población adulta.
El manejo de la ira ha venido siendo tratado desde tiempos tempranos, el libro de los Proverbios de Salomón en la Biblia nos alerta en como una actitud orgullosa o soberbia incontrolada puede afectar nuestras vidas: «Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu que el que toma una ciudad» y «Antes del quebrantamiento es la soberbia y antes de la caída, la altivez de espíritu». Proverbios. 16:18, 32
Podemos retrasar bendiciones y promesas del Dios y aún perderlas, cuando mostramos una actitud incontrolada de ira y soberbia. Al actuar con ira creemos que nos estamos defendiendo y justificando nosotros mismos y no le damos paso a Dios para que el obre en la situación que se ha presentado.
«El que tarda en airarse es grande de entendimiento, más el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad» y aún más: «La cordura del hombre detiene su furor, y su honra es pasar por alto la ofensa» Proverbios 14:29, 19:11. Cuando hablamos con ira, aun cuando estemos diciendo una verdad, la otra persona lo que recibe es la ira y probablemente responda también igual. El apóstol Pablo nos dejó las instrucciones de que: «Antes bien, sean benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos con otros, como Dios les perdonó a ustedes en Cristo Jesús». Efesios 4:32
¿Pero que podríamos hacer si aunque reconocemos que nuestra actitud no agrada a Dios, no podemos controlar el daño que estamos causando a otros y a nosotros mismos, porque nuestras reacciones nos controlan? Realmente el reconocer nuestra necesidad es el primer paso para iniciar el cambio. Cuando reconocemos nuestra debilidad, le entregamos nuestra vida a Jesucristo y dejamos que él sea nuestro Salvador y Señor, nuestro pasado queda atrás y entonces comenzamos a caminar con un nuevo entendimiento, renovados por el Espíritu Santo de Dios y su palabra. Nuestros hábitos y nuestras conductas comienzan a cambiar para bien, convirtiéndonos en un nuevo ser. «De modo que si alguno está en Cristo nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas». 2 Corintios 4:17
En Cristo todo lo recibimos por gracia y nos gloriarnos en lo que Dios realiza en nosotros. Debemos estar conscientes de que no todos los cambios que experimentamos son inmediatos. Es un proceso de cambio, de crecimiento y madurez progresivos, un diario caminar en Cristo. La carta del apóstol Pablo a los filipenses lo expresa de esta manera: «estando persuadido de esto, que el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo». Filipenses 1:6. El Señor va realizando los cambios de acuerdo a nuestra disposición y a lo que podamos resistir.
Del mensaje de Dios a Israel, relatado en Éxodo 23:28-30, podemos aprender y recibirlo como una promesa del Señor para ayudarnos a combatir a nuestros enemigos, que son en este caso nuestros viejos hábitos, costumbres, argumentos errados (pecados), para que en forma progresiva nos fortalezcamos y aprendamos a tomar posesión de sus enseñanzas y sus promesas, dejando de ser presa fácil de dudas, críticas y afanes del mundo. De esta manera, la gran nube de testigos: la familia, los amigos, compañeros de trabajo, verán el poder del amor de Dios en nuestra nueva conducta que habla más que las palabras. A nosotros nos corresponde estar dispuestos a despojarnos del viejo hombre viciado por los deseos engañosos de la carne dejando toda amargura, ira, enojo, gritería y maledicencias. Santiago 1:20.
Con la ayuda del poder de Cristo en nosotros, resistamos la tentación a la ira y a la soberbia, no enaltezcamos la necedad con nuestra actitud, tengamos presente el no comportarnos como necios sino como sabios, la blanda respuesta quita la ira. Glorifiquemos a Dios con nuestros actos y preparémonos para recibir la corona de vida que Dios tiene reservada para los que le aman.
«Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no ha sido en vano para conmigo«.
1 Corintios 15:10
Por: Milagros y Ledy Maldonado de Rivas
Buenas tardes
Mensaje de mucha reflexion .