Misionera en el Desierto

Diana, una joven venezolana, a simple vista luce como cualquier otra joven en los veinte, pero al verla más allá de sus ojos color miel y del inusual anillo con una cruz en su mano izquierda que la caracterizan, se puede entonces apreciar los detalles que adornan la vida de ésta joven, una vez misionera en el Norte de África.

Criada bajo valores y principios cristianos influenciados por su abuela paterna, Diana entregó su vida a Cristo a los 17 años, mientras formaba parte del Movimiento Universitario Cristiano “Vida Estudiantil”. “Yo siempre digo que mi testimonio de cómo Cristo vino a ser el Señor de mi vida es sencillo, siento que Dios tenía preparado mi corazón. Yo no hice nada, Él fue quien trabajó en mí”, expresa Diana.

 

En el año 2005, Diana comienza su experiencia de servicio a otras culturas, cuando viajó a España para recibir entrenamiento en la cultura árabe, lo cual comenzó a moldear su carácter para el servicio. Poco tiempo después, Diana sintió el llamado de Dios para trabajar en el Norte de África, cuando leía en el libro de los Hechos “Sal de tu tierra y de tu parentela, y vete a la tierra que yo te mostraré” (Hechos 7:3).

Diana, siguiendo el llamado, comenzó a ayudar en diferentes actividades misioneras de su iglesia, preparándose en el campo de servicio y, en Agosto de 2010, viajó al Norte de África, formando parte de una organización internacional, por lo que tuvo que aprender a adaptarse, primeramente a la cultura del grupo del cual formaba parte, y luego, a la cultura local del país asignado, incluyendo, la forma de vestir que le requería mantener cubiertos sus hombros y piernas. En adición, Diana comenzó a usar un anillo en la mano izquierda, como una solución a las preguntas de los hombres: “Comencé a usar el anillo como de casada, porque cuando los hombres de la localidad preguntan si eres soltera y te ofrecen darte un camello si acuerdas el matrimonio. Si te preguntan y muestras el anillo de casada, ellos se quedan callados”, explica Diana.

Durante el  primer año en el “desierto”, como a Diana llama el lugar donde vivió por dos años, desarrolló amistad con estudiantes universitarios locales formando parte de un club de lenguajes español e inglés, especialmente, con una joven árabe musulmana con quien compartió acerca del cristianismo.

En su segundo año, Diana también aprendió y pudo comunicarse mejor con el equipo misionero;  el ser de origen latino, le ayudó a adaptarse a la cultura musulmana, y a poder trabajar con los estudiantes locales durante las actividades del centro de Arte y Cultura, que labora en la universidad del área. Durante su estadía, Diana encontró, que el establecer amistades firmes y el llegar a ver la transformación de Dios en las vidas de los jóvenes locales, tomaba tiempo y paciencia para esperar.

“Aprendí a ver a Dios como mi proveedor, no solamente de lo material, sino también en lo personal; llenándome de su amor y mostrándome maneras de cómo crecer en las relaciones personales; aunque a veces, extrañaba a mi familia. Dios siempre tuvo cuidado de mí”, expresa con gratitud Diana. Al igual que advierte que “una de las claves del don de servicio a otros, es que como persona uno tiene que ser transformado para poder estar preparado para ayudar a otros”.

Después de su regreso a su país de origen, Diana permanece atenta a seguir la dirección de Dios en su vida, siempre con la mirada puesta en cumplir la Gran Comisión de compartir el amor de Cristo y sus enseñanzas en la comunidad en que vive y en todo el mundo, sabiendo que “nuestra única relación permanente y eterna es con Cristo Jesús”.

“Por tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones, y bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Enséñenles a cumplir todas las cosas que les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”

Mateo. 28:19-20 (RVC)

Por: Andrea Lopriore

Compartir:

Deja una respuesta